GLORIA, HONOR, DEBER Y PATRIA

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PARTE I: EN LA ARENA

© Lumen in corpore

¿Puede un mortal hacer realmente historia y convertirse en inmortal a través del ejemplo? ¿La sangre azul, verde, marrón tierra, existe? ¿Somos todos diferentes y especiales o compartimos un mismo propósito y la misma meta? Estas preguntas y muchas otras son las que me he hecho a lo largo de mi corta vida y a las que voy a tratar de dar respuesta en esta serie de relatos que distan mucho del saber teórico al basarse en el saber inherente del ser humano. Juzguen ustedes mismos su importancia.

 

La confesión que tanto he deseado gritar al mundo trata de que no nací teniendo claro que quería ser policía. Es más, mi vocación no apareció hasta bien entrada la edad adulta, cosa que parece chocante por surgir de la nada en mitad de un hospital y por no haber dado señales de vida durante toda mi existencia. Así las cosas, estuve trabajando varios años sin cuestionarme si era feliz con lo que hacía. Es más, la afamada Pirámide de Maslow me sonaba demasiado filosófica para tenerla en cuenta más allá del ámbito empresarial y comercial. Actualmente, nada me parece demasiado filosófico como para no aplicarlo en la vida diaria. En este punto, muchos de ustedes se habrán sentido identificados con este pequeño secreto; sin embargo, no me cabe duda de que a otros les ha dejado en el mismo estado en el que estaban. Debido a todo esto, quisiera entrar en profundidad a describir la hazaña del aprobado que se consigue prueba tras prueba incansablemente, porque ahí es donde reside nuestro punto en común.

 

Todo comenzó con un duro golpe de la vida, cuando tocas fondo. En el momento en el que te sientes como una barca a la deriva y todo te da igual, surge del fondo de tu interior una guía que te indica el camino que debes recorrer en este mundo: ayudar a los demás y dedicarse a ellos, siendo policía nacional. Ese camino está lleno de los más diversos obstáculos que aparecen de la nada y, sobre todo, cuando da la sensación de que empiezan a ir bien las cosas. Ahí, de repente, nace un impulso que te ayuda a surfear a las olas más altas de la euforia, en el instante en el que te estás machacando en el gimnasio y te duele hasta el último pelo de la coronilla; o cuando estás en la pista de atletismo corriendo como si te estuviera persiguiendo una manada de leones hambrientos al más puro estilo Gladiator y en el que te parece que por más que corres con el sabor de la sangre en la boca no has adelantado ni media vuelta; solo piensas en ser policía y sabes que lo vas a conseguir, que se puede y que la senda que debes caminar en el mundo indica esa dirección. La meta está clara.

 

Entonces, ese destino se convierte en obsesión: una pasión que no desaparece con nada. Día a día te levantas y haces todo con la máxima ilusión: desayunas, entrenas, estudias, comes, estudias, cenas, duermes y mañana igual. Se te acabaron las vacaciones, los días de sol y playa y lo aceptas. Eres feliz luchando por tu objetivo y sabes que cuando apruebes será el mejor verano de tu vida al tener el tiempo libre que ahora te falta. Es exactamente todo esto lo que oyes y te repites una y otra vez, como un mantra. Se entiende que al hacer esto, todo tu esfuerzo y sacrificios están justificados. La meta es segura, se llega.

 

Así, también llegan los días de lluvia y las heladas de invierno y es cuando tienes que seguir entrenando. Muchas veces se te pasa por la cabeza acortar hoy el recorrido porque te levantas cansada, sin ganas de nada. La ansiedad ha llegado para ponerte a prueba; no importa, la superas. Te enfocas en ella y acaba por desaparecer. Sigues trotando y sientes cómo el frío te quema la garganta, se te hielan las manos y comienza un sudor frío a recorrer tu espina dorsal. Sigues. Por fin has llegado donde estaba programado y puedes descansar; los tiempos ya los mejorarás mañana. Hoy has podido acabar el entrenamiento y con eso te quedas. Esto es opositar: una “profesión” demasiado seria y amarga en el camino, pero que da los frutos más dulces que existen sobre la tierra.

 

Hay momentos en la oposición que te llevan al límite como ser humano y como persona. ¿Quién de los que están leyendo no se ha sentido alguna vez, por breve que fuera la intensidad, frustrado? ¿Quién de nosotros no ha deseado abandonar creyendo verse lejos del uniforme y estaba cada vez más cerca? ¿Qué compañera no ha sentido que moría por dentro mientras estaba colgada de la barra como un jamón curado? ¿Cuándo se ha sentido un compañero romperse en la pista cuando estaba corriendo más que el día anterior para superarse? Todos, queridos míos, somos iguales en el fondo y eso es lo que nos une para siempre.

 

Por otra parte, hay momentos que te llenan de la más pura alegría cuando te das cuenta de que has conseguido llegar más lejos que nunca. El instante en el que entiendes que has batido todos los récords anteriores y estás mentalmente en la cima porque has conseguido concentrarte durante horas estudiando un tema que nunca te habría interesado. En otras ocasiones, disfrutas. Lees por primera vez el tema dedicado a las armas de fuego y te enciendes: “lo voy a conseguir”. Escuchas en clase la explicación relativa a las diferencias que hay entre el Consejo Europeo y la Comisión Europea y te vas a casa pensando que para qué demonios te vas a aprender eso si nunca lo has entendido porque para ti no hay excusa que justifiquen los llamados “consejos”. Ese día te acuestas sintiendo que estás perdiendo el tiempo. No importa: solo necesitas dormir.

 

Llegados a este punto del artículo, solo queda describir lo indescriptible: las pruebas de la oposición. ¿Cuál es más dura? Hay mucha gente que piensa que las físicas son lo mejor e incluso sacan notas brillantes porque parecen haber nacido con las zapatillas puestas. Otros, piensan que lo mejor que les puede pasar es que el examen teórico sea difícil para que haya una buena criba y caiga mucha gente, quedando ellos en un buen puesto porque tienen memoria fotográfica y se acuerdan hasta de los esquemas del tema de informática. En cambio, hay compañeros que están peleando en la misma guerra y les da igual lo cruenta que pueda llegar a ser cada batalla con tal de ganarla: no quieren gloria y la consiguen cuando ven un “APTO” en sus pantallas.

 

A medida que se van desarrollando los diferentes exámenes, surge un océano de sentimientos entremezclados: rabia, orgullo, tesón, indiferencia hacia el resto, competitividad absoluta, miedo, inseguridades de todos los colores, etc. Y la meta sigue intacta en la mente: voy a ser policía nacional. Lo consigues, a pesar de pensar muchas veces que tu compañera tiene un cuerpo perfecto creado para salvar distancias en lo que tarda el fuego en propagarse en medio de un bosque seco, una fuerza que no sale de sus brazos tan finos y torneados, pero que a la vista parecen débiles como las ramas de un olivo. Consigues aprobar conocimientos cuando pensabas que el compañero de tu izquierda había nacido con un coeficiente intelectual por encima del mismísimo Einstein y mirabas las palabras de ortografía sabiendo que ni Miguel de Cervantes las había usado ni una sola vez en “El Quijote”.

 

Meses después, también logras superar la entrevista, aunque sin saber por qué te han elegido a ti cuando había compañeros que parecían policías hasta con traje y tú te sentías como una camarera con esa camisa tan blanca y huías cuando tu mente te ponía en situación de usar el arma…Logras el “APTO” final en psicotécnicos, cosa impensable después de que repasaras una y otra vez los cálculos y te pusieras a contar con la mano como cuando estabas en preescolar mientras te mira un inspector, seguramente pensando que cada año baja más el nivel de los aspirantes y sube la edad media de policías.

 

Todo lo relatado no es más que simples anécdotas que pretendo compartir para que se note que no he estado ni estoy lejos de los futuros compañeros ni de los presentes. Seguramente haya casos que hayan sido mucho más complicados que el mío y otros muchos más sencillos. En esencia, no tiene importancia. La meta de ser policía, ese deseo que te llena por dentro y hace que no exista nada más, dejando en el camino a personas que querías que siguieran contigo el resto de tu vida; haciendo a un lado a tu sangre, que te apoya con una devoción que no es de este mundo; diciendo a tus amigos que no puedes verles ni estar con ellos aunque sea una hora porque cada minuto que no estás entrenando o estudiando te cuenta en contra; recortando horas de sueño para poder estudiar un rato más o ir al gimnasio después de haber estado trabajando todo el día para poder pagar el temario y todo lo que esta oposición conlleva…

En resumen, somos gladiadores y, finalmente, espartanos. Personas que nos hemos hecho a nosotros mismos día tras día peleando con y sin fuerzas. Y así son los aspirantes a compañeros que están leyendo estas líneas. Al final solo queda la gloria y es por ella que hay que luchar hasta conseguirla.

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